Me contó mi madre que un día llegó la señora Engracia y le dijo que hace tiempo le pasó una cosa muy curiosa cuando restauraron la vieja casa de sus padres, que había pasado de generación en generación y es muy antigua, por eso tuvieron que restaurarla porque algún día se les podía caer encima de ellos y como siempre ha sido de la familia, no querían que llegase a esos extremos y que después se tuvieran que arrepentir.
La casa en realidad es un palacete del s. XIX, está a las afueras del pueblo, su bisabuelo Gervasio la hizo edificar cuando se casó con una señorita de buena familia a la que conoció en una tarde de toros en la feria de Granada.
Ella fue acompañado a un hermano suyo que era muy amigo de fiestas y jaranas propias de la gente de la alta sociedad.
Don Gervasio podía haber pasado por su padre, ya que por entonces contaba con 40 años y ella 20 primaveras.
Nunca se le conoció ninguna relación seria hasta entonces, porque solo se preocupaba en ganar dinero y no siempre de forma demasiado legal.
Casi toda su fortuna la obtuvo porque hacía préstamos a los campesinos que le pedían dinero para poder pagar los gastos de la siembra, con unos altos intereses a cambio y que le pagaban después de las cosechas.
Claro está que no todo el mundo podía cumplir con lo pactado, por las inclemencias del tiempo muchas cosechas se perdían y él se aprovechaba y se quedaba con las tierras de los pobres arrendatarios que no le devolvían el préstamo a su debido tiempo.
La señorita en cuestión se llamaba Remedios, aunque todo el mundo la bautizó como la marquesita, era muy bonita, morena, alta y de ojos verdes, pero todo lo que tenía de guapa también lo tenía de quejica, tacaña y marimandona.
Hasta llegar al punto que casi nadie quería trabajar en su casa porque además miraba a todo el mundo por encima del hombro, a los empleados y criadas especialmente.
Los hacía trabajar de sol a sol en los campos y sin salario, solo les pagaba con la comida más bien escasa y explotándolos como si fueran esclavos.
La mayoría de ellos eran casi todos analfabetos, y se aprovechaban todo lo que podían y más de esa pobre gente.
Don Gervasio era como ella o aún peor, era todo un señor cacique que se pensaba que el pueblo era suyo y creía que podía ir avasallando a todo el mundo solo por el hecho de tener dinero, aunque al final no le sirviese de mucho porque se murió y no se pudo llevar nada, eso sí, fue el más rico del cementerio.
Aunque ya se encargó su único hijo en dilapidar la fortuna del padre en cuatro días, a base de juergas de todo tipo, la marquesita terminó arruinada y más sola que la una.
Pues a lo que iba, resulta que cuando la señora Engracia acabo de reformar la casa se mudaron a ella con su familia y empezaron a pasar cosas raras en el palacete.
Por las noches se escuchaban ruidos extraños como si hubiese alguien en el desván y todos estaban muy asustados pensando que era el fantasma de su antepasada, la marquesita o de don Gervasio.
Así estuvieron por lo menos dos meses de sobresaltos y sin poder dormir, hasta que un día su marido, que se llama Paco, se cansó de tanta historia y subió al desván con la escopeta de caza cargada para acabar de una vez con tanta incertidumbre.
Pero allí no encontró a nadie y eso que lo puso todo patas arriba varias veces.
Al final resultó que los ruidos provenían de un búho que se había colado por un ventanuco y no podía salir a volar fuera, por eso se oían tantos sonidos en la noche.
Además del viento que se colaba por todas partes en las noches de tormenta y que hacía crujir las maderas del tejado emitiendo unos ruidos muy fuertes y fantasmales.
Desde entonces volvió la calma al caserón y todos tan contentos, pero el susto que se llevó, no se le va a olvidar en la vida a la señora Engracia.
Merche.
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