domingo, 30 de octubre de 2022

RELATO


     LA CASA ENCANTADA 


Me contó mi madre que un día llegó la señora Engracia y le dijo que hace tiempo le pasó una cosa muy curiosa cuando restauraron la vieja casa de sus padres, que había pasado de generación en generación y es muy antigua, por eso tuvieron que restaurarla porque algún día se les podía caer encima de ellos y como siempre ha sido de la familia, no querían que llegase a esos extremos y que después se tuvieran que arrepentir.

La casa en realidad es un palacete del s. XIX, está a las afueras del pueblo, su bisabuelo Gervasio la hizo edificar cuando se casó con una señorita de buena familia a la que conoció en una tarde de toros en la feria de Granada.

Ella fue acompañado a un hermano suyo que era muy amigo de fiestas y jaranas propias de la gente de la alta sociedad.

 Don Gervasio podía haber pasado por su padre, ya que por entonces contaba con 40 años y ella 20 primaveras.

Nunca se le conoció ninguna relación seria hasta entonces, porque solo se preocupaba en ganar dinero y no siempre de forma demasiado legal.

Casi toda su fortuna la obtuvo porque hacía préstamos a los campesinos que le pedían dinero para poder pagar los gastos de la siembra, con unos altos intereses a cambio y que le pagaban después de las cosechas.

Claro está que no todo el mundo podía cumplir con lo pactado, por las inclemencias del tiempo muchas cosechas se perdían y él se aprovechaba y se quedaba con las tierras de los pobres arrendatarios que no le devolvían el préstamo a su debido tiempo.

La señorita en cuestión se llamaba Remedios, aunque todo el mundo la bautizó como la marquesita, era muy bonita, morena, alta y de ojos verdes, pero todo lo que tenía de guapa también lo tenía de quejica, tacaña y marimandona.

Hasta llegar al punto que casi nadie quería trabajar en su casa porque además miraba a todo el mundo por encima del hombro, a los empleados y criadas especialmente.

Los hacía trabajar de sol a sol en los campos y sin salario, solo les pagaba con la comida más bien escasa y explotándolos como si fueran esclavos.

La mayoría de ellos eran casi todos analfabetos, y se aprovechaban todo lo que podían y más de esa pobre gente.

Don Gervasio era como ella o aún peor, era todo un señor cacique que se pensaba que el pueblo era suyo y creía que podía ir avasallando a todo el mundo solo por el hecho de tener dinero, aunque al final no le sirviese de mucho porque se murió y no se pudo llevar nada, eso sí, fue el más rico del cementerio.

Aunque ya se encargó su único hijo en dilapidar la fortuna del padre en cuatro días, a base de juergas de todo tipo, la marquesita terminó arruinada y más sola que la una.

Pues a lo que iba, resulta que cuando la señora Engracia acabo de reformar la casa se mudaron a ella con su familia y empezaron a pasar cosas raras en el palacete.

Por las noches se escuchaban ruidos extraños como si hubiese alguien en el desván y todos estaban muy asustados pensando que era el fantasma de su antepasada, la marquesita o de don Gervasio.

Así estuvieron por lo menos dos meses de sobresaltos y sin poder dormir, hasta que un día su marido, que se llama Paco, se cansó de tanta historia y subió al desván con la escopeta de caza cargada para acabar de una vez con tanta incertidumbre.

Pero allí no encontró a nadie y eso que lo puso todo patas arriba varias veces.

Al final resultó que los ruidos provenían de un búho que se había colado por un ventanuco y no podía salir a volar fuera, por eso se oían tantos sonidos en la noche.

Además del viento que se colaba por todas partes en las noches de tormenta y que hacía crujir las maderas del tejado emitiendo unos ruidos muy fuertes y fantasmales.

Desde entonces volvió la calma al caserón y todos tan contentos, pero el susto que se llevó, no se le va a olvidar en la vida a la señora Engracia.

Merche.                            







lunes, 24 de octubre de 2022

RELATO

 EL REENCUENTRO


Dicen que todos tenemos un tío en América, pues yo tengo un tío abuelo que se llama Emilio. 

El tío Emilio es hermano de mi abuela Carmen, la madre de mi padre.

Dicen que el tío Emilio tuvo que hacer las Américas, como miles de españoles durante la guerra civil, para que no le dieran mata rile, porque era republicano y socialista, al terminar la contienda no tenía mucho futuro si se quedaba por aquí, ya que las cosas se pusieron bastante feas para los que perdieron la guerra.

Mi bisabuelo tuvo que vender su vaca, que era la única que tenía para poder pagarle el pasaje del barco, él decía que un hijo vale más que todas las vacas del mundo y con razón.

Así que el tío Emilio embarcó rumbo a Cuba en el primer barco que zarpaba y no le quedó más remedio que marcharse en él, con todo el dolor de su corazón, pensando que quizás no volvería a ver a su familia jamás.

Cuando el barco atracó en la Habana estuvo dando tumbos por el puerto varios días pasando muchos apuros, porque apenas llevaba dinero y se las tuvo que apañar como

pudo, hasta que conoció a otro español que trabajaba en un almacén de tabaco, se hicieron amigos y le consiguió un trabajo, tenía que seleccionar las hojas del tabaco y llevarlas al secadero para que luego hiciesen los puros que se hacían a mano.

Allí estuvo viviendo varios años, trabajando en lo que se terciara, aparte del tabaco

también estuvo cortando caña de azúcar para hacer ron, pero cuando empezó la revolución de Fidel Castro se marchó a Argentina porque ya había tenido bastante con lo que había sucedido en España y no quería más líos, así que se fue lo más lejos que pudo de revueltas y demás historias que no traen nada bueno para el pueblo.

Ahorro todo lo que pudo y para allá que se marchó, en Argentina se encontró con muchos españoles también exiliados como él, enseguida se adaptó al país que en aquellos tiempos era uno de los países más seguros y ricos de América. 

En Buenos Aires encontró trabajo como mozo en una zapatería que era de unos españoles gallegos, estando trabajando allí conoció a una muchacha que trabajaba de dependienta, con el tiempo empezaron a salir juntos y al final terminaron casándose y tuvieron varios hijos.  

Así fueron pasando los años, pero mi tío añoraba mucho su tierra, dijo a sus hijos que se venía para España a ver a su familia, antes de que fuese demasiado tarde y se fuera para el otro barrio. 

Un buen día se presentó en casa de mis abuelos y mi abuela Carmen le abrió la puerta, como no lo reconoció y se la cerró en la cara.

El tío Emilio volvió a llamar otra vez y le dijo a mi abuela: pero Carmen tanto he cambiado que no reconoces a tu hermano?.

A ella casi le da un patatús de la impresión, se quedó como petrificada un buen rato, habían pasado 50 años sin verse, entonces mi abuela se le abrazó llorando y empezó a llamarnos a todos para que lo conociéramos.

Estuvo contándonos como le habían ido las cosas desde que emigró y se quedó un mes con nosotros, hasta que se volvió para su casa en Argentina con su familia.

No hemos perdido el contacto con los primos americanos y solemos hablar por teléfono de vez en cuando, siempre por Navidad y en los cumpleaños.


A veces la vida te da esos regalos que uno no se espera y que no hay que dejar escapar, porque la vida es muy corta, hay que aprovecharla siempre, pase lo que pase.

Merche.







jueves, 13 de octubre de 2022

RELATO

 

RECUERDOS     


Hoy hace  un día gris, el cielo está cubierto de nubes negras que amenazan lluvia.

 Es una tarde típica de otoño, donde apetece quedarse en casa y disfrutar de un rato de soledad o de compartir con amigos las experiencias vividas en las vacaciones, de hablar de las cosas que nos pasan y que por no tener nunca tiempo dejamos siempre para luego y al final nunca lo hacemos.

Me he levantado esta mañana un poco nostálgica, así que me he puesto a mirar las viejas fotos de cuando era pequeña, los recuerdos me han ido llegando despacito, como cuando ves una película antigua.

En una de esas fotos están mis padres el día de su boda, tan jóvenes y guapos los dos, la foto de mi bautizo en la que salgo yo con toda mi familia, padres, hermano, mis abuelos, tíos, primos y padrinos.

En otra salgo yo el primer día de colegio, con dos coletas y la bata de clase con mini cuadrados rosas y blancos.

Lo que más recuerdo era cuando mi padre se tenía que ir a trabajar a Francia en la vendimia y se marchaba uno o dos meses, yo creía que se iba para siempre y no paraba de llorar.

Pero cuando volvía todo era una fiesta como en Navidad, llegaba cargado de regalos para todos. 

Embutidos, patés, quesos de la vaca que ríe, vino, juguetes para nosotros, a mí me trajo una vez una muñeca que le tirabas de un cordoncillo y te hablaba en francés, a mi hermano un coche de policía que andaba con pilas, hacía mucho ruido con la sirena y se le encendían las luces de alarma.

 A mi madre le trajo un radiocasete, que entonces era una novedad y un montón de cintas con música variada.

El primer coche que se compró mi padre era un SEAT 600 de color rojo brillante, mi madre le dijo que parecía un tomate, porque era pequeño y redondo, así que lo bautizamos como el pomodoro, (qué es tomate en italiano, pero suena más original).

Todos los domingos por la mañana mi padre decía: Venga a espabilarse que nos espera el pomodoro para ir de excursión.

El coche de papá era como una caja de sorpresas, porque nunca sabíamos dónde íbamos ese día, unas veces al campo o la playa, a recorrer pueblos por la costa o la sierra, a ver las cuevas de Nerja, etc.

Cuando volvíamos a casa siempre merendábamos: pan con chocolate, rebanadas de pan con aceite de oliva y azúcar o con leche condensada, también los bizcochos que nos hacía mi abuela, las tortas de manteca y chicharrones, ¿por qué será que la comida siempre va ligada a los recuerdos?

 La 1.ª televisión que tuvimos era de la marca Vanguard, que se veía en blanco y negro, porque todavía no había llegado la TV de color a España.

 Cuando salíamos del cole que entonces era por la mañana y por la tarde y de lunes a sábado, “se quejan los niños de hoy en día que tienen muchas tareas”, ya quisiera ver cómo se las apañaban ahora sin calculadoras, teléfonos ni ordenadores.

Nos dejaban ver la tele después de hacer las tareas del cole, donde veíamos los dibujos animados de los picapiedra, la pantera rosa, don gato, la hormiga Atómica, etc.

También había programas para niños como los Chiripitiflauticos, con Valentina, el capitán Tan, el tío Aquiles, Locomotoro y los hermanos malasombra.

Donde nos lo pasábamos genial viéndolos y después a jugar a la calle para que nos diera el aire, entonces no había problemas de sobrepeso en los niños, porque quemábamos las calorías corriendo y saltando, no como ahora que se pasan todo el tiempo frente a una pantalla.

Estos son algunos recuerdos de mi infancia, supongo que son los mismos que tenemos todos los de mi generación, cuando la vida era más tranquila que ahora, un tiempo muy feliz que nunca olvidaré.

Merche.

  
                                                                             El pomodoro


  

 

         




lunes, 3 de octubre de 2022

RELATO


 MEMORIAS DE LA RADIO

 
Cuando mi madre cose siempre pone la radio, dice que le traen recuerdos  de cuando ella era pequeña, donde la única distracción que tenían los pobres era poder escuchar los programas que se emitían por la radio.

Eran otros tiempos, donde la mayoría de los españolitos veían pasar la vida en blanco y negro, que era como se veía entonces la tele, eso el que se lo podía permitir, que eran pocos, los demás se tenían que ir al bar, para poder ver el futbol o los toros.

Mi madre se pasaba el día escuchando la radio porque emitían muchos programas de todo tipo y concursos musicales donde las personas que querían ser cantantes se daban a conocer.

Algunos triunfaron y otros no, como suele pasar siempre, el que ganaba normalmente, las discográficas de entonces les grababan un disco y se ocupaban de sus carreras musicales, una cosa parecida a operación triunfo de la época.

También había concursos de preguntas y respuestas, radionovelas que tenían enganchado al personal por mucho tiempo porque eran muy largas y dramáticas, donde a los personajes les pasaba de todo.

Una emisora en particular: Radio Nacional de España, donde las personas solían llamar o escribir para felicitar en cumpleaños o santo, normalmente, con una canción dedicada para algún familiar que estaba en el extranjero o haciendo el servicio militar.

El programa que más tenía enganchadas a las españolas era el Consultorio de Elena Francis, en el que mujeres, la mayoría de las veces, escribían para pedirle consejos de todo tipo, de belleza, moda y principalmente sentimentales, que ella se encargaba luego de responder por las ondas.

Como muestra un botón

Apreciada Elena Francis, le escribo para pedirle consejo porque estoy muy angustiada,

me llamo Juanita, soy ama de casa con cinco niños a mi cargo, resulta que mi marido se ha marchado de casa y vive con una señorita más joven que él, cuando viene por casa para ver a los niños yo le echo la bronca como es natural.

Pues se enfada y me maltrata como si la culpa de lo que pasa fuese mía, estoy desesperada y no sé qué puedo hacer para mejorar la situación, así que espero su respuesta muy agradecida. 



Aquí va la contestación de la locutora:

Querida Juanita, mi respuesta a tu carta es esta: yo creo que deberías perdonar como buena cristiana a tu marido, que seguramente esté muy arrepentido de lo que ha hecho y quiere volver a casa con sus hijos, así que mucha paciencia y resignación, seguro que las cosas cambiarán pronto.

Se rumoreaba que las respuestas las escribía una monja, o alguien de la censura,

no me extraña, con esos consejitos que daban tan “inteligentes”, como para seguirlos al pie de la letra, (solo le faltaba decir pobrecito él y de paso que le hicieran un monumento) vamos que el asunto tendría guasa si no fuera porque es como para llorar de indignación.

 Aunque parezca mentira, el programa estuvo en antena hasta los años 80.

 Madre mía, por favor lo que tenían que soportar algunas mujeres, así que calladita o si no te daban jarabe de palo, más o menos como ahora, que encima las matan y se suponía que con la democracia las cosas mejorarían, pues parece que vamos cada día a peor. 

Dice mi madre que eso lo arreglaba ella en un pispás,

dándole a ese sinvergüenza y a todos los de su calaña, un café con aceite de ricino para que no pudiera salir del cuarto de baño en una semana, (por lo menos), ya verías tú lo manso que se volvía entonces, no le iban a quedar ganas ni de pegar un sello.

Merche








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